Un pan sin gusto
se le quemó en la boca.
La sal había pasado antes
en unas piedras de cal
que le habían dejado nublado el sabor.
Al intentar sentir el pan,
éste fue sólo una corteza crujiente
con algo cálido en el interior.
De su paladar gótico
le bajaban unos recuerdos turbios
que se le escurrían
por las paredes húmedas de la boca.
Un campanario como de monasterio
tocaba a culpa
detrás de su lengua temible.
Desde más abajo venían voces de dolor
que subían
junto con unas ráfagas de aire cálido
y hacían vibrar
unos tristes violines escondidos.
Fue su conciencia
la que quemó el pan.
Lo cambió en una brasa roja
que al pasar por el telón de su garganta
le arrebató la paz.
Una tormenta turbia
escribe con humo en la tiniebla.
La luna quebrada
apenas ilumina un surco de abismo.